Entrevista con el poeta Sandro Luna ganador del último Jorge Manrique de poesía
L’HOSPITALET. JESÚS A. VILA.- Este noviembre pasado, un poeta hospitalense de nacimiento ganó el prestigioso Premio Internacional de Poesía Jorge Manrique, con un libro de reminiscencias cinematográficas: La noche que a Eddie Felson le rompieron los dedos, rememorando aquel habilidoso jugador californiano de billar protagonizado por Paul Newman donde aparecía como un reconocido buscavidas. Se presentaron 107 originales de diversas partes del mundo y lo ganó Sandro Luna, nacido en 1978, licenciado en Filosofía por la UB y profesor de secundaria de literatura y filosofía. No era un primerizo. En 2009 ganó el premio de poesía de La Vanguardia que otorga a un único poema, en este caso Atardecer. Al año siguiente ganaría el XXXI Premio Internacional de Poesía Arcipreste de Hita con el libro Estamos todos muertos, aval y reconocimiento que le serviría para publicar en 2014 Casa sin lugar, en 2015 Eva tendiendo la ropa y en 2020 la plaquette Fuego de San Telmo. Ese mismo año ganaría también la XXXVI edición de los Premios Jaén de Poesía con el libro titulado El monstruo de la galletas y en 2022 fue finalista de los Premios del Tren con el poema Catenaria.
Nos ha parecido que no había mejor elección para el Día del Libro que una entrevista con un notable escritor local, hasta ahora inédito en nuestras páginas. Este ha sido el resultado.
Nació en l’Hospitalet, vive en Esplugues… nadie apostaría que en esos contextos brotara un poeta… ¿la geografía marca a un autor?
Todo cuanto nos rodea es accidental. Lo mismo sucede con el lugar en el que uno nace. Lo que brota, por otro lado, lo hace siempre en tierra fértil y esta tierra, en realidad, no conoce más geografía que su propia entraña inmaterial. Así que, aquí, por intentar responderle, me remito a Melville: “No está en ningún lugar. Los lugares verdaderos nunca lo están”.
Por otro lado, decirle que la geografía por la que me muevo es una especie de mapa con muchas cruces y ningún tesoro… con la cual cosa es evidente que uno esté lleno de marcas y geografías que nos indican constantemente que lo único importante es el recorrido individual que cualquier persona haga en un mundo que apesta.
Hay mucha gente que versifica, que se atreve a juntar palabras, pero la poesía es otra cosa: ¿qué es la poesía?
No tengo ni idea, pero yo la he sentido, por ejemplo, muy viva en algunos momentos y poemas. Pienso en “Malos recuerdos” de Gamoneda, en “Alto jornal” de Claudio Rodríguez, en “Jilgueros” de José Mateos, en “Voces” de Agustín Pérez Leal, en “Humo de leña” de Vicente Gallego, por citarle algunos poemas de libros que descansan mientras le escribo en mi escritorio.
¿Qué es la poesía? – me pregunta.
¿Qué es el amor? – le respondo.
Una pregunta clásica: ¿el poeta nace o se hace?
Usted me disculpará, pero me hace unas preguntas que no sé bien qué decir, no estoy insinuando que suenen a preguntas tópicas o recurrentes, no me malinterprete… así que para no parecer impertinente ni altivo, adjetivos muy alejados del tipo que soy, le explicaré que yo, de pequeño, enfermaba con frecuencia y pasaba largas temporadas en casa de mis abuelos. Ello era debido a unas anginas que tenía del tamaño de un melón XL, así que cualquier resfriado se me complicaba cosa mala y me alejaba de la escuela, del patio y de mis compinches de aventuras. Por aquel entonces la tele no era tele, no existía internet ni plataformas con películas a la carta. Pero tenía libros y leer era un puerto para mí. Me embarqué, lo recuerdo, con Jason y sus camaradas; entendí de banderas por la bandera negra de Aquiles y los mirmidones; Long John Silver se convirtió para mí, por aquel entonces, en mi mejor maestro; las moscas de Machado y sus limoneros me dieron la vida nuevamente… y qué pronto quise escribir también por emular a aquellos tipos que me servían en bandeja sus aventuras y tragedias. Este amor por las palabras es verdadero amor, así que yo me enamoré de joven gracias a ellas y no he dejado de cultivar ese campo que todavía me estremece. Quiero pensar que soy un campesino humilde, como esos que aparecen en algunas películas del viejo Kurosawa, por ejemplo, y si he sido capaz de escribir algo que haya merecido la pena, en parte, también ha sido porque previamente había en mí una especie de tierra fértil en la que tanto los argonautas como el viejo Homero o el apasionado Stevenson o ese hijo de la mar a quien tanto respeto, por ejemplo, dejaron su semilla.
Otra pregunta más clásica todavía: ¿para qué sirve la poesía?
¿No cree que Borges respondió a esta pregunta de la mejor manera posible? Las cosas que más amo no sirven para nada. No sirve para nada lo hermosa que me parece mi compañera cuando toma café por la mañana, no sirve para nada el beso de mi hija por sorpresa, no sirve para nada la belleza que tiene el rocío cuando le va la vida en el filo de una hoja… ¿qué es esta servidumbre de preguntarnos a cada instante para qué sirve esto o aquello? Lo que más importa, porque es importante, nada sabe del utilitarismo ni de la esclavitud en este mundo de mierda. Por eso fueron tan importantes otros hombres mucho mejores que yo que dieron su vida por amar solamente –aquí pienso en mi hermano Agustín–: Osip, Servet, Bruno,…
De la poesía no se puede vivir, pero… ¿se puede vivir para la poesía?
La única vida que concibo es la que se desvive. Entiéndase bien –hago referencia a Esquirol–: “Vivir es desvivirse”. Y esto quiere decir que vivir es dar la vida. En tal caso, sí, se debe vivir para la poesía, a su servicio y dictado, humildemente siempre y a su búsqueda y encuentro; respetar el barbecho, los silencios…
Ha ganado unos cuantos premios de poesía: ¿para qué sirve ganar premios?
Si me presento a premios literarios es porque es la manera más rápida de publicar un libro y que a menos gente compromete. En mi caso, y para serle sincero, me ha servido para conocer a personas que se han convertido en algo más que en compañeros de viaje: en amigos.
¿Qué es, a su juicio, una carrera literaria?
Me temo, y sabrá disculpar mi ignorancia, que no sé qué es una carrera literaria.
¿De dónde bebe como poeta?
De la fuente inagotable de la que otros hombres y mujeres bebieron antes que yo: la sorpresa, porque es admiración, y la celebración, porque es gozo e incertidumbre. Y también del bar que tengo al lado de casa.
¿Cómo ve su futuro literario?
Me cuesta mucho pensar en más allá de hoy, así que espero que las palabras sigan acudiendo a mí generosamente y que yo esté a la altura en el momento de merecerlas, si es que las merezco, si es que acuden. Nada más.
Es profesor de secundaria. ¿Qué considera que hay que hacer para que los jóvenes se sientan atraídos por la poesía?
A los jóvenes hay que dejarlos con sus duelos y sus alcances. Y si alguno siente que el pájaro de fuego repiquetea en su corazón, ya sabrá qué hacer cuando llegue el momento. Ahora bien, aquí deberíamos hablar de la educación en las aulas y del torpe camino que llevan años siguiendo –y a nosotros con ellos, lamentablemente– nuestros pobres políticos de turno que, en realidad, son y siempre han sido los grandes incapaces de nuestra historia humana. Se debería recuperar y afianzar en la enseñanza el estudio de las humanidades –ya sabe que “humanidades” se refiere a una dimensión muy amplia referido con lo humano–. Sólo así es posible que algunos se interesen por cualquier actividad relacionada con ellas… si de ahí salen poetas, escultores, músicos o ingenieros aeronáuticos, mejor que mejor. Pero, ahora bien, hay que empezar por abajo. Luego ya se verá. También es importante el entusiasmo y la honestidad con la que uno se dirige a los jóvenes, son aspectos contagiosos, más que el sarampión o la gripe.
¿Es verdad, en su opinión, que la poesía es un arma cargada de futuro como aventuró Celaya?
Con esto Celaya se convirtió en el gran propagandista de la posguerra española. A mí las cosas efectistas me la traen al pairo y si la poesía es o no un arma y si la poesía tiene o no futuro me trae sin cuidado. Respeto al hombre Celaya, su compromiso moral y su infatigable trabajo social, pero no me interesa demasiado el poeta Celaya, otros cantaron mejor que él lo que él no alcanzó.
¿Qué piensa que se debería hacer para que la buena poesía impregne al público? ¿O quizás no es necesario?
Qué importa el público, lo que importa es la poesía y la poesía sólo lo es si es buena y permanece. Fíjese qué cosas, no nos vemos cantando dentro de nosotros todavía la “Noche oscura”, las coplas, el romancero, el “Alto jornal”… qué importara lo que piense cualquiera de nada.
Recomiéndenos un libro de poesía que no sea el suyo…
Uno no, voy a recomendar unos cuantos a los que he vuelto en las últimas semanas:
Antonio Gamoneda, Blues castellano.
Claudio Rodríguez, Don de la ebriedad.
Miguel Ángel Velasco, La vida desatada.
Agustín Pérez Leal, Tú me mueves.
César Vallejo, Los heraldos negros y Trilce.
Antonio Machado, Soledades. Galerías. Otros poemas.
Walt Whitman, Hojas de hierba.
T. S. Elliot, Cuatro cuartetos.
Pablo Neruda, Odas elementales.
Dámaso Alonso, Hijos de la ira.
José Agustín Goytisolo, Salmos al viento.
José Mateos, La hora del lobo.
José Ángel Valente, Fragmentos de un libro futuro.
José Luis Parra, Inclinándome.
Antonio Moreno, Nombres de árbol.
Juan Ramón Jiménez, Antolojía.
Blas de Otero, Verso y prosa.
C. P. Cavafis, Obra completa.
Luis Rosales, La casa encendida.
R. M. Rilke, Elegías de Duino.
Joan Margarit, Casa misericòrdia.
Antonio Cabrera, Con el aire.
Esta respuesta, usted sabrá perdonarme, daba mucho juego.
Gracias por su tiempo y sus preguntas. Espero que hayan encontrado en mis respuestas su mejor propósito.